martes, 25 de mayo de 2010

COMO EL LOTO



Son cientos de millones las mentes lúcidas y proféticas que todos los días sueñan con un mundo de justicia, de bondad y de belleza. Si ese mundo fuera sólo una utopía, haría tiempo que no lo esperarían. Pero, al contrario, muchos luchan y sufren para hacerlo realidad porque les impulsa una intuición profunda, si no una plena conciencia, de que más allá de las apariencias, este mundo existe ya y está en marcha en toda la tierra.

Es evidente que se trata de un mundo en gestación no más, todavía oculto por montañas de miedo, corrupciones, envidias, increíbles injusticias, mentiras, hambre, guerras salvajes, armas, odios, discriminaciones e incontables atropellos a la naturaleza. Pero, en ese mar de lodo, los soñadores y los profetas están tejiendo en sus entrañas el cuerpo y el alma de ese mundo que, tarde o temprano y con toda seguridad, va a terminar emergiendo a la luz.

Es en el lodo donde el loto echa sus raíces, y, sin embargo, su flor es de una deslumbrante pureza. Lo mismo sucede con el mundo de justicia y de bondad que también va creciendo en medio de nuestras lágrimas y sufrimientos, de nuestros fracasos y combates. No se debe dudar de eso. Él es como la primavera que se despierta suavemente bajo la tierra que aún tiembla de frío. Es como el bebé que empieza a patalear porque quiere salir del vientre de su madre.

Este país maravilloso está en todos nosotros. Estamos preñados de él. Va a nacer tan seguramente como nacen las flores de loto en el barro, como nacen los niños entre gritos de dolor, o como nace la primavera cuando el invierno muere. Lo que tenemos que hacer es creer, y ayudarlo a desarrollarse hasta que sea suficientemente fuerte como para vencer el lodo en nosotros y cubrir la tierra entera de flores y de vida nueva.

Un loto raramente crece solo. ¡Somos muchos![1]



[1] Jn 16, 20-21; 1 Co 10, 17